Vivo solo con mi madre
en un antiguo apartamento,
calle Sarasate.
Tengo como compañía
una tortuga, dos canarios y una gata.
Para dejar a mamá descansar
a menudo hago la compra
y la cocina.
Ordeno, lavo y limpio
y algunas veces coso a máquina.
El trabajo no me asusta.
Soy un poco decorador,
un poco estilista,
pero mi verdadera profesión
es la noche… ejerzo de travesti,
soy un artista.
Tengo un número muy especial
que termina en desnudo integral
después de un strip-tease,
y en la sala veo que
los varones no creen lo que ven sus ojos
soy un “homo”, como dicen.
Hacia las tres de la mañana
vamos a comer los amigos
de cualquier sexo,
a cualquier bar.
Lo pasamos en grande y sin complejos,
exponemos todas las verdades
sobre la gente que mete la nariz
y los lapidamos.
Pero lo hacemos con humor
envuelto en doble sentido
mojados en ácido.
Encontramos algunos retrasados
que por sorprender a los comensales
van y se mueven imitando lo que creen de nosotros.
Y hacen el ridículo, pobres locos,
gesticulan y hablan fuerte.
Actúan como divas, personajes de la idiotez.
Las burlas y los insultos
me dejan frío porque es verdad,
soy “homo” como dicen.
A la hora que nace un nuevo día
regreso a casa para entregarme a mi soledad.
Me quito las pestañas y la peluca
como un pobre payaso, infeliz por el cansancio.
Me acuesto pero no duermo.
Pienso en mis tristes amantes, tan patéticos.
En este muchacho bello como un dios,
que sin hacer nada prendió fuego a mi memoria.
Mi boca jamás se atreverá
a reconocerle mi dulce secreto, mi tierno drama,
porque la causa de todos mis tormentos
es que el pasa la mayor parte de su tiempo en cama de mujeres.
Nadie tiene la verdad absoluta
como para censurarme, para juzgarme,
y creo con rotundidad que es la naturaleza
la única responsable de que yo sea
un “homo” ¡oh!, como dicen.