Cuando me vi ante tus ojos
temblé sin saber por qué;
eran de gris como el cielo
ayer al anochecer.
A las ansias de tu boca
quise decirte: “no quiero”
y no despegué los labios
ante tus ojos de acero.
Ojos grises, ojos grises,
como dos balas de plomo
que, en la sangre de mis venas,
fueron echando raíces
sin saber cuándo ni cómo.
Ojos grises de tormenta,
peces de mala pasión,
ceniza calenturienta
que echó a arder sin darme cuenta
dentro de mi corazón.
Ojos de mala ventura,
mala llama la que aguanto y no quise;
la culpa de mi amargura
y de esta negra locura
la tienen tus ojos, ojos grises.
Con un niño entre los brazos
me habló ayer una mujer:
“Las causas de mis pesares
son igual que las de usted”
y en los centros de mi alma
sentí de pronto un cuchillo
cuando vi brillar tus ojos
en los ojos del chiquillo.