Quejándose como la gaviota
que recorre la costa una y otra vez,
iba la loca del Campo de Marina, por la orilla del mar.
Descalza y cubierta de harapos
corría sin tino, saltando entre escollos
y aún era bella la tez bronceada, la flor de sus ojos.
Color de mar profunda sus pupilas tenían,
se hacía coronas con lirios de mar,
iba enhebrando conchas y caparazones para hacerse collares.
Así, solitaria, bordeando las olas,
ya con tiempo sereno o borrascoso,
iba la triste cantando a veces la extraña canción.
"Yo a la mar despreciaba, pero ahora ya la quiero
desde que habita en ella el amor que se fue.
¡En la tierra no tengo ni padre ni madre, pero él está aquí!"
"El mar lo quería, sin saciarse nunca
de vidas, fortunas, tesoros y barcos;
y de él hizo presa en un vendaval la Ruixa Mantells".
Así, solitaria, bordeando las olas,
ya con tiempo sereno o borrascoso,
iba la triste cantando a veces la extraña canción.
Una noche de viento acabó su desvarío:
su cuerpo en una cala apareció al otro día;
y en playa arenosa, solitario abrigo, alguien la enterró.
No tiene ya su tumba la cruz hecha de olivo,
pero sí tiene lirios de playa los veranos,
y allí solo deja su pisada breve el ave fugitiva.