Mato el tiempo bebiendo
café negro y ardiente
en este nido escaldado
por el sol paciente.
Pero tú que sales a las tres,
luego regresas a mí en casa.
Tú que ya no sientes nada
me envenenas la mente.
Un hilo azul de luz
se escapa desde las persianas
y busco en vano algo
que inventarme en calzones.
Un automóvil pasa
y una mosca vuela bajo
me zuma, gira y gira
mas fallo la puntería.
Quisiera buscar algo
que hacer afuera
y caminar sin orgullo,
entregarme a un rompecorazones.
Mas yo como Judas
sé venderme desnuda.
Conozco la calle
y sé atraerte al bosque.
Atraerte al bosque.
Atraerte.
Voces callejeras en el oído.
Todo es poco excitante
en este invierno color
café negro y ardiente.
Mato el tiempo así
pero me escaparé lejos de aquí,
de esta casa y condena
que me hace prisionera
con los ojos cerrados
a mil millas por mi cuenta.
Odio la alarma que me despierta.
Oh mi Dios.
Mas yo como Judas
sé venderme desnuda.
A solas en la cama
me abrazo, me revuelco
en un melancólico ayuno
sin nadie.
No tengo necesidad de ti
porque no te necesito.
No tengo necesidad de ti
porque no necesito
tus manos, me basto sola.
Y mato el tiempo bebiendo
café negro y ardiente
en este nido escaldado
ya por un sol paciente
que arde en mi interior,
que es fuerte como el café
un mediodía así.
Oh, no quiero estar aquí.
Y luego me detengo
para observarme un momento
las estrías de la vida,
son tantas.
Un baile en la cocina
y soy de nuevo una niña.
Un almuerzo de esposa
y desecharé algo.
Y yo como Judas
sé venderme desnuda.
Conozco la calle
y sé atraerte al bosque.
Atraerte al bosque.
Atraerte.
Mato el tiempo bebiendo
café negro y ardiente.