Silencio, ninguna pena,
quiero mi alma serena
sin sollozos en la ciudad.
Sequé mis ojos llorosos,
puse en el pecho candados
para que no entrara nostalgia.
En una actitud más loca,
coloqué sobre mi boca
rosas fuego de quien ama,
por si me venciera el hambre
de querer gritar tu nombre,
mis labios estén en llamas.
Mas la noche es un secreto,
confieso que tengo miedo
y, al mismo tiempo, deseos
de oír silencios rasgados,
de destrozar los candados,
de quemarte con mis besos.