Baila, baila, bailarín,
toda la noche y la mañana.
No te pares,
baila sobre una mesa entre dos montañas.
Y si bailas sobre las olas del mar,
yo te vengo a contemplar.
Coge el cielo con las manos,
vuela alto, más que los aviones.
No te pares,
los años son pocos, quizás son solo días,
y se pasan volando uno tras otro,
no hay ninguno que vuelva.
Baila, no tengas miedo
si la noche es fría y oscura.
No pienses
en la pistola que te apunta.
Baila a la luz de mil cigarros y una luna
que te alumbran como si fuera de día.
Baila el misterio
de este mundo que se consume deprisa.
Lo que ayer era verdad,
hazme caso, no será verdad mañana.
Para con tus propias manos
el tren Palermo-Frankfurt,
para mi asombro
hay un chico en la ventanilla.
Ojos verdes que parecen de cristal,
corre y para ese tren,
haz que dé marcha atrás.
Baila incluso para todos los violentos,
ligeros de manos y con los cuchillos.
¡Vaya! A ver
si se dieran cuenta al verte bailar
de que llevan muertos toda la vida
aunque puedan respirar.
Vuela y baila sobre el corazón enfermo,
engañado, derrotado, al final abandonado,
sin amor,
del hombre que confunde la luna con el sol,
sin tener cuchillos en la mano
sino en su pobre corazón.
Así que ven, ángel bendito,
intenta poner los pies en su pecho
y cansarte
bailando al ritmo del motor
y a las grandes palabras de una canción,
canción de amor.
Este es el misterio,
bajo un cielo de hierro y de yeso,
el hombre es capaz de amar de todos modos.
Y ama de verdad,
sin ninguna certeza,
¡qué emoción, qué ternura!