Cómo recordar aquellos momentos
donde jugaba con mis viejos amigos,
hacía mis acumuladas tareas escolares
o me sentaba en las tardes calurosas.
Incontables veces me subí a tus ramas
para comer de tu fruto, algo astringente,
o preparar bebidas, conservas y dulces
que saciaban y alegraban a la familia.
Tus ramas, tan fuertes y frondosas
daban abrigo y agradable sombra.
Adornabas el suelo con tus flores y hojas
como una vívida alfombra bajo mis pies.
Con el paso de los años, muchas de las matas
han sido cortadas, taladas y reemplazadas.
Pero tú sigues ahí, inamovible e inquebrantable,
tanto así que conozco tus días de cosecha.
Conoces mi historia, alegrías y llantos,
pero cada día voy aprendiendo de ti.
En cada mañana, cuando me despierto,
te veo y siento que me dices un "¡hola!".