¡Ay, que calor!, ¡ay, que calor!,
bajo la luna morena,
Madrid es como una flor
que huele siempre a verbena.
Al ver a la Cibeles
dicen ¡que diosa!
y a mí cuando camino
¡anda la osa!
La gracia de Madrid
se vuelve todo sal,
al ver a una chulapa
con vestido de percal.
Tiemblo igual que una fogata
cuando viene mi Pepito,
pues me da, por su mirada,
hasta el baile de san Vito.
¡Ay, que calor!, ¡ay, que calor!,
bajo la luz de la luna,
¡Ay, que calor da el amor!
¡Ay, que calor tiene una!
Mi novio Sisebuto
es fontanero,
y aunque es bastante bruto
yo le prefiero
a tanto figurín,
que gasta ondulación,
y nunca sabe una
si es caballa o si es cazón.
No me gusta el señorito,
y prefiero a Sisebuto,
aunque no haga el pobrecito
ni la ‘o’ con un canuto.
¡Ay, que calor!, ¡ay, que calor!,
con abanico y pañuelo,
¡Ay, que calor da el amor!
¡Ay!, estoy de amor hasta el pelo
Es una servidora
de La Arganzuela
y doy sopas con onda
hasta a mi abuela.
Por eso en Chamberí,
igual que en Lavapies,
le silban a mi cuerpo
con la fuerza del express.
Y entre tantos sinsabores
yo me muero por Procopio,
que nació en Embajadores
y me sabe dar el opio.
¡Ay, que calor!, ¡ay, que calor!,
por la salud de mi abuelo
puedo jurar ¡sí, señor!
que es el amor verdadero