Guindillas rojas en el sol ardiente,
polvo en la cara y en el sombrero,
yo y Magdalena al occidente
abrimos nuestros ojos más allá de la verja.
Di mi guitarra al hijo del panadero
por una pizza y un fusil,
la volveré a comprar por el sendero
y tocaré para Magdalena al atardecer.
No llores Magdalena, Dios nos guardará
y pronto llegaremos a Durango.
Abrázame Magdalena, este desierto acabará
y tú podrás bailar el fandango.
Después de los templos aztecas y las ruinas,
las primeras estrellas sobre el Río Grande.
Por la noche sueño con el campanario
y el cuello de Ramón lleno de sangre.
Fui yo mismo, en la taberna,
el que apretó los dedos en el gatillo.
Ven mi Magdalena, volemos lejos,
el perro ladra y lo hecho, hecho está.
No llores Magdalena, Dios nos guardará
y pronto llegaremos a Durango.
Abrázame Magdalena, este desierto acabará
y tú podrás bailar el fandango.
En la corrida, con un tequila helado
veremos al torero que roza el cielo
a la sombra de la tribuna antigua
donde Villa solía aplaudir el rodeo.
El fraile rezará por el perdón,
nos acojerá en la misión.
Tendré unas botas nuevas, un pendiente de oro
y bajo el velo tú tomarás comunión.
El camino es largo pero ya veo su fin,
llegaremos a tiempo para el baile.
Dios se nos aparecerá sobre los cerros
con sus ojos esmeraldas de lagarto.
No llores Magdalena, Dios nos guardará
y pronto llegaremos a Durango.
Abrázame Magdalena, este desierto acabará
y tú podrás bailar el fandango.
¿Qué es ese golpe que sentí?
Siento en la espalda un dolor caliente.
Siéntate aquí, contén la respiración:
tal vez yo no he sido tan listo.
Rápido, Magdalena, coge mi fusil,
mira de donde ha venido el relámpago.
Apunta bien, trata de acertar:
puede que no veamos más Durango.
No llores Magdalena, Dios nos guardará
y pronto llegaremos a Durango.
Abrázame Magdalena, este desierto acabará
y tú podrás bailar el fandango.