En el altar de mi madre
hay una virgen pequeña,
que una tarde un misionero
la trajo de España,
la antigua Iberia.
Ese altar uno de tantos
de madrecitas istmeñas,
es consuelo a la tristeza
por los hijos que, del Istmo,
lejos se encuentran.
Las madrecitas istmeñas,
siempre tienen un altar,
donde rezan por sus hijos
con un rezo muy cristiano
y a donde van a llorar.
Veladoras que se encienden,
y se apagan por amar.
Nuestra tierra es muy pequeña
tiene límites del mar,
pero ni los dos océanos,
imponentes litorales,
no se pueden comparar.
Con el canto de mi madre
que en la cuna oí cantar;
duerme mi bien, no llores más,
ya no llores más.
Mmm, mmm, mmm,
ya no llores más.
En el altar de mi madre,
hay una virgen pequeña.