Dicen que el mundo está roto; supongo que es posible,
todos los peces estarán flotando en la superficie del mar.
Recuerdo los días en que era joven y solitario,
en la orilla de mi cama, con mis palmas juntas.
Pues ya no hago eso jamás.
Porque ya no rezo más,
y ya no me quedo más,
y ya no alabo a nadie,
y ya no disparo armas.
La apatía es asesina del corazón;
entra a tu cerebro, no trae dolor.
La apatía es como las manos de los ídolos,
olvida tus problemas, olvida tus luchas.
Y ya no busco más,
y ya no cocino más,
y ya no robo más,
y ya no siento más.
Y ya no pienso más,
y ya no bebo más,
y ya no miento más,
y ya no intento más.
La apatía es una herramienta peligrosa;
demasiada empatía te convierte en un tonto.
La apatía ciega tus ojos ante todo,
no dice nada de las letras que canto.
La apatía distrae lo que podemos ver;
es una tecnología trivial e inútil.
Apatía, qué seductoramente nos llama,
y ahora que la tengo, ya no la quiero.
Recuerdo la Alemania nazi, en 1939, qué tiempo tan maravilloso,
cuando el futuro era incierto y todos entregaban la otra mejilla.
¿Te complace decir que ahora todo está bien?
¿Pues qué diablos puedo decir? Porque no importa ya,
no, ya no importa para nada.
Y ya no escribo más,
y ya no lucho más,
y ya no leo más,
y ya no sangro más,
y ya no aprendo más,
y ya no quemo más,
y ya no veo más,
y ya no huyo más,
y ya no ayudo más,
y ya no voto más,
y ya no elijo más,
y ya no pierdo más,
y ya no gano más,
y ya no peco más,
y ya no hago nada nunca más,
y ya no soy nada nunca más.
La apatía nos afecta como una enfermedad.
Es suficiente de cuidar a otros, hacemos lo que queremos.
Apatía. La tomaría a cualquier costo.
Y cuando todo acabe,
toda esperanza se pierde.