Cuando Lisboa anochece
cual un velero sin velas,
Alfama entera parece
una casa sin ventanas
en donde el pueblo tirita (de frío).
Es en una buhardilla,
en un rincón arrebatado al pesar,
que Alfama queda encerrada
entre cuatro paredes de agua.
Cuatro paredes de llanto,
cuatro muros de ansiedad
que, a la noche, componen el canto
que se eleva por la ciudad.
Encerrada en su desencanto
Alfama huele a nostalgia.
Alfama no huele a fado;
huele a pueblo y soledad.
Huele a silencios pesarosos
y sabe a tristeza con pan.
Alfama no huele a fado
pero no tiene otra canción.