Inesperadamente la noche ha refrescado.
El dios del amor se prepara para salir.
Alexandra se subió a su hombro,
se escabullen entre los centinelas del corazón.
Sostenidos por las simplicidades del placer,
alcanzan la luz, se entrelazan en una maraña imprecisa;
y más resplandecientes de lo que cabe en tu cabeza,
caen entre las voces y el vino.
No es un truco, todos tus sentidos te engañan,
un mal sueño que la mañana agotará.
Dile adiós a la Alexandra que se va,
luego dile adiós a la Alexandra perdida.
Aunque duerma entre tus sábanas,
aunque te despierte con un beso,
no digas que ya te lo habías imaginado,
no te rebajes a estrategias de este tipo.
Como quien lleva años preparado para que esto suceda,
ve decididamente a la ventana. Trágatelo.
Musica exquisita. Alexandra riendo.
Tus firmes compromisos tangibles de nuevo.
Y tú, que tuviste el honor de sus noches,
y por ese honor conseguiste restaurar el tuyo,
dile adiós a la Alexandra que se va,
a la Alexandra que se va con su señor.
Aunque duerma entre tus sábanas,
aunque te despierte con un beso,
no digas que ya te lo habías imaginado,
no te rebajes a estrategias de este tipo.
Como quien lleva años preparado para la ocasión,
con pleno control de cada plan que destrozaste,
no elijas una explicación cobarde
que se esconda tras la causa y el efecto.
Y tú, que quedaste desconcertado por una intención;
cuyo código fue descifrado, crucifijo descruzado,
dile adiós a la Alexandra que se va,
luego dile adiós a la Alexandra perdida.
Dile adiós a la Alexandra que se va,
luego dile adiós a la Alexandra perdida.