En un café de barrio, un trabajador
le revelaba la siguiente infidencia a un pícaro
que había acudido al establecimiento a última hora
a beber una copa de aguardiente,
antes de retirarse a dormir.
La conquistó con coraje, hábilmente,
y la muchacha, su querido amor,
instalada espléndidamente en la vivienda,
examinó el expediente en perfecto silencio.
Era una jovencita ladina e impetuosa
que se hallaba recelosa de la policía,
con un extenso expediente policial, petulante,
y cierto aspecto de muchacha buena.
Él, que había sido un rufián bien experimentado,
un proxeneta de elegancia y buena formación
perdió su habilidad, trabajando, ¡válgame Dios!
de colchonero y entregando dinero.
Tanto amó el ingenuo a su mujer,
que soportó estoicamente
que su grupo de amigos lo designara
por tonto y por cándido mantenedor de su querida,
Aguja Brava.
Y así terminó un listo, Aguja Brava,
que por amor quedó cardando lana,
Antes, obtenía dinero explotando mujeres,
y ahora confecciona colchones para la policía.