Aburrido de la vida en la ciudad de oro,
se había ido y no había avisado a nadie.
Atrás quedaron las torres que había conocido desde niño
así como el sueño de toda una vida.
Recorrió el bien despejado camino,
la estrecha galería,
en busca de otro con quien compartir su vida, en ningún sitio,
todo el mundo le parecía muy extraño.
No tienen cuernos y no tienen rabo,
ni siquiera saben de nuestra existencia.
¿Me equivoco al creer en la ciudad de oro
que se extiende en la lejanía?
Gritó y lloró mientras lo metían en una jaula,
bestia que puede hablar, lee la señal.
Las criaturas lo empujaron, le dieron codazos por todo el cuerpo
y volvieron a cuestionar su historia.
Pero pronto se aburrieron de su presa,
la bestia que puede hablar,
más bien un bicho raro o truco publicitario, oh oh, no, no
No tienen cuernos y no tienen rabo,
ni siquiera saben de nuestra existencia.
¿Me equivoco al creer en la ciudad de oro
que se extiende en la lejanía?
Gritó y echó abajo la puerta
de la jaula y marchó hacia afuera,
agarró a una criatura por el pescuezo señalando.
Allí, fuera de los límites de tu floja imaginación,
se yerguen las nobles torres de mi ciudad, brillantes y doradas.
Déjame llevarte allí y enseñarte una historia viva,
déjame enseñarte a otros como yo, ¿por qué me fui?
"No tienen cuernos y no tienen rabo,
ni siquiera saben de nuestra existencia.
¿Me equivoco al creer en la ciudad de oro
que se extiende en la lejanía?" Gritó y lloró.
Y así salimos con la bestia y sus cuernos
y su loca descripción de hogar.
Después de muchos días de viaje, llegamos a un pico
donde la bestia miraba a todas partes y gritaba.
Seguimos su mirada y pensamos que quizás vimos
un capitel de oro, no, una ilusión óptica, eso es todo,
pero la bestia se había ido y se oyó una voz:
"No tienen cuernos y no tienen rabo,
ni siquiera saben de nuestra existencia.
¿Me equivoco al creer en la ciudad de oro
que se extiende en la lejanía?"
("Hola amigo, bienvenido a casa").