Cuando los amantes se encuentran en Mayfair, según dice la leyenda,
pájaros cantores cantan, el invierno se vuelve primavera.
Toda calle serpenteante en Mayfair cae bajo el hechizo.
Sé que tal encanto puede ocurrir
porque, un anochecer, me ocurrió a mí.
Esa noche en particular, la noche que nos conocimos,
había magia en el aire,
había ángeles cenando en el Ritz,
y un ruiseñor cantaba en Berkeley Square.
Puedo tener razón, puedo estar equivocado
pero estoy perfectamente seguro al jurar
que cuando tú te diste la vuelta y me sonreíste,
un ruiseñor cantaba en Beverly Square.
La luna que se rezagaba sobre la ciudad de Londres;
pobre luna confusa, tenía fruncido el ceño.
¿Cómo podía saber que estábamos tan enamorados?
El mundo entero parece andar de cabeza.
Las calles de la ciudad estaban pavimentadas con estrellas.
¡Fue un amorío tan romántico!
Y al besarnos y decir 'buenas noches'
un ruiseñor cantaba en Berkeley Square.
Cuando llegó el amanecer llevándose todo el oro y azul
para interrumpir nuestro encuentro,
todavía recuerdo cómo tú sonreíste y dijiste:
"¿Fue eso un sueño, o fue realidad?"
Nuestro paso, de vuelta a casa, fue tan ligero
como los pies en el zapateado de Fred Astaire
y, como un eco, a lo lejos,
un ruiseñor cantaba en Berkeley Square.
Lo sé, porque yo estaba allí
aquella noche, en Berkeley Square.