Susana tiene una casa más allá de la ribera.
os lleva a escuchar el agua y las barcas, al atardecer.
Y la noche con ella es vuestra. Està medio loca y eso os tienta.
Y ella os da té y naranjas de unas tierras extranjeras.
Y justo cuando vais a decirle que no os queda amor para ella,
enseguida os capta la onda. Mira el río y deja entender
que ella tiene un amor para siempre.
Y queréis hacer el camino con ella.
Y sabéis que ella lo hace a ciegas.
Y sabéis que ella se confía,
que su cuerpo se da al vuestro por nada.
Y Jesús, marinero un día, cuando descalzo atravesó el agua,
pasó un tiempo de vigilante y vio que le buscaban
de tantos hombres unos pocos: sólo aquellos que se ahogaban.
Y dijo: «Desde ahora, los hombres
marineros serán y en barcas irán ... ».
Pero se ahogó, él también, un atardecer.
Solitario como un hombre, soltó
sobre nosotros su clamor.
Y el camino que él hace hacéis vuestro
y queréis seguirlo a ciegas.
Confiáis tal vez para siempre.
Su espíritu mueve el vuestro como un cuerpo.
Y entonces Susanna os lleva hasta el río con la mano tendida.
En el vestido, lleva las rosas y los harapos de las trincheras,
mientras el sol inunda el asco de los monumentos de la tierra.
Y os enseña a ver cosas que no habrías sabido ver,
en medio de basura y en medio de flores encendidas,
como hay héroes entre las algas, como hay niños que amor no tienen.
Y Susanna el espejo guarda.
Y queréis hacer el camino con ella.
Y sabéis que ella lo hace a ciegas.
Confiáis tal vez para siempre.
Su espíritu ella lo ajusta a vuestro cuerpo.