Siempre de negro vestía,
a un mal fario encadená,
la Petenera vivía
como una rosa enlutá.
Los puesto y los colmaos,
la guitarra y el mal vino
sabían de sus pecaos,
de sus tormentos callaos
y de su maldito sino.
Y en coplas de madrugá,
ella lloraba su pena
con una voz desgarrá:
No me llames Petenera
que ese mote es mi castigo,
que ese mote es mi castigo;
ese nombre es la bandera
que está acabando conmigo.
¡Mare de mi corazón!,
y es la cruz y la ceguera
de mis tormentos mayores.
¡No me llames Petenera
que yo me llamo Dolores!
¡Dolores!
Ella subió a su calvario
y la copla la siguió,
como un eco de mal fario,
pregonando su doló.
Y no hubo un hombre siquiera
que llegara a su camino
y la mano le tendiera.
Y así de La Petenera
tuvo que cumplirse el sino.
Y después que se murió
toavía se sigue cantando
la copla que la mató: