Cuando Dios puso el mundo
y el cielo a girar,
bien en el fondo
sabía que, por esa forma de andar,
yo te había de encontrar.
Mi madre, en el momento
en el que aceptó bailar,
fue a la canción
de los astros a conspirar
para que, en su cósmico vagar,
mandaran a tu padre
que le sonriera a tu madre
para que tú existieses también.
Era un día bonito
y en la altura, yo también.
El infinito
aún se acordaba bien
de su cósmico rehén.
Y yo que pensaba
que iba solo a comprar pan.
Y tú que pensabas
que ibas solo a pasear al perro
a salvo de la conspiración.
Cruzamos los caminos,
tropezamos en una mirada
y el pan ese día se quedó sin comprar.
Se enredaron las correas de los perros,
los astros, los signos,
los designios y las constelaciones,
las estrellas, los caminos
y los bártulos de los dos.