El verano avanza y me cose la tela del otoño,
envuelve la vida en el resplandor de la muerte para darnos a todos una lección de humildad.
¡Qué dulce es el día!
Tengo ansias de oscuridad
mientras estoy escondida con la espalda contra la pared.
Y el sabor a reseco espera en mi boca,
y el panorama de feliz y desesperada sequía.
¿Cuánto falta, queridos ángeles,
para que dejéis que llegue la luz del invierno
y extendáis vuestras blancas sábanas sobre mi casa vacía?
El verano avanza y deja tu calor anclado en polvo
olvidado, engañado, pintado de ilusiones de lujuria.
Ahora el lenguaje huye, fugitivo de perdón,
no dejando como rastro más que círculos de herrumbre.
Y el sabor a reseco espera en mi boca,
y el panorama de feliz y desesperada sequía.
¿Cuánto falta, queridos ángeles,
para que vengáis a doblegarme con hielo
y dejéis que el agua de la calma escurra sobre mis dudas?
Venid a dejar que me ahogue,
ángeles, sin fuego, sin sal en el quitanieves.
Bajadme,
enterradme.
Y el sabor a reseco espera en mi boca,
y el panorama de feliz y desesperada sequía.
Antes me conocía a mí misma, y con el conocimiento llegó el amor.
Volvería a conocer el amor si tuviera suficiente fe.
Demasiado lejos queda la siguiente primavera y su jubiloso grito,
así que, ángeles, hacia dentro es la única salida.