Astro rutilante de la gran pantalla,
fascinante y cínico play-boy de playa,
campeón olímpico con diez medallas,
hábil político donde los haya,
magnífico varón,
vencedor mítico de mil batallas:
así era Juan en su imaginación
que le hacía olvidar su condición
para escapar y despegar de su rincón
y despegar de su rincón
para poder volar, volar, volar,
triunfar, brillar.
Lóbrego rincón de una portería
donde no entra el sol y nunca es de día
triste habitación húmeda y sombría
sin ventilación
un brasero de picón en la camilla
por toda calefacción
así vivía Juan con su imaginación,
que le hacía olvidar su condición
para escapar y despegar de su rincón
y despegar de su rincón
para poder volar, volar, volar,
para olvidar.
Lóbrego rincón de una portería
coros sollozantes de necias vecinas
uniéndose al son de un carraspeante transistor
simplemente María
Poderosa fantasía la de Juan,
que, aún así, podía escuchar el mar
en un caracol pintado en purpurina
y volar tras la procesión de golondrinas
pegadas a la pared verde veronés
bajo la mirada divina de un sagrado corazón
bajo la mirada doliente
de las ánimas del purgatorio,
bajo la mirada anodina de
sus padres en el desposorio
él, sentado, ceño fruncido,
ella, de pies, tras su marido,
dueño y señor,
contemplándose a si mismo
disfrazado de angelito
alas de algodón
el día de su primera comunión
cuando aún creía que seriá,
como el Barón Rojo,
un héroe de la aviación,
antes de tirarse por el balcón y quedarse cojo...
volar, volar, volar.